Así
habla el Maestro, desde lo más profundo de nosotros mismos, sin contaminación,
sin condiciones, sin oportunismos ni deseos mundanos.
Como
la luz que se expande desde la vela encendida, en la oscuridad de la
habitación, para destruir su manto de ignorancia, desgarrándolo en todas
direcciones.
Maestros
y hermanos se sientan unidos junto al fuego para celebrar la nueva vida.
No
opongáis resistencia a lo inevitable.
Así
como la luna se presenta al anochecer, y la lluvia moja los tejados, también la
hora de la muerte del hombre se acerca, para dar paso a la nueva vida.
Dejad
que el fuego lo cubra todo, para que las cenizas retornen a la tierra, viajen
en el viento y se mezclen en las cristalinas aguas.
Fluir,
como la corriente arrastra una pequeña hoja de hierba sobre la superficie del
rio, hasta llegar al inmenso mar.
Sentaos
frente a vosotros mismos, en silencio, y observad con detención, en cada
célula, hasta que lo más diminuto se convierta en lo infinito.
Mirad
a través de este gran universo, y contemplad la infinidad del todo.
Más
allá de lo que parece ser, más allá de lo que ha de parecer, más allá de lo
físicamente tangible, más allá de cualquier creencia o religión, se encuentra
lo que no tiene nombre. Sin denominación, sin clasificación, sin
cuestionamientos ni intereses mundanos.
Ahí,
donde todo y nada se dejan ver, cuando se desecha la precariedad de los ojos…
Ahí,
donde se puede oír el canto sublime del silencio, cuando se desecha la engañosa
discusión de los oídos…
Ahí, donde se puede sentir con el corazón, y
no con las manos…
Donde
la brisa cálida y el aroma de las flores no entra por la nariz, sino que emana
desde lo más profundo de sí mismo.
Ahí,
donde la belleza se mastica en la mente, y se digiere con el corazón…
Ahí
es donde se presenta el Maestro, para observarnos y entregar veredicto.
El
viaje hacia su presencia es silencioso y voluntario.
Una vez a sus pies, su mirada y su voz parecen ser tan precisas e instantáneas como un solo aleteo del picaflor, y sin embargo, resuenan como una eternidad en un instante del no tiempo.
DAVID MOISÉS ENOC
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