Desde muchas perspectivas, ya sea religiosas y/o
filosóficas, o por convicción personal (de acuerdo a nuestra formación), desde
tiempos antiguos, se habla de atender a las necesidades del prójimo por sobre
las propias, entendiendo que sea un acto de puro amor, sin entrar en
discusiones que atenten contra las creencias de cada cual.
Muchas veces, se confunde esta disposición al prójimo como
una desatención a las necesidades propias. Es imperativo, encontrarse en un
estado de óptima atención y madurez, para poder acercarse a quienes nos rodean
y ofrecer una mano. Es, por tanto, imprescindible enfocarse en el crecimiento
propio, para así poder establecer una relación de sano y efectivo apoyo a
quienes lo necesiten.
Por otro lado, tiende a pensarse también, que “no me
encuentro en condiciones de apoyar al prójimo”. Esto pasa muchas veces por
desconocimiento de las propias capacidades; por temor a “no ser el idóneo”; o
por dar cabida a las propias emociones, siendo sobrepasado por ellas.
En ocasiones, el dolor que experimentan los que nos
acompañan es tan o más grande que el propio, una medida muy subjetiva a la hora
de las interpretaciones, sin embargo, quien nos aleja de la posibilidad de
acompañar en ese dolor, es el sufrimiento.
En palabras del Dalai Lama: "Todo sufrimiento es causado por la ignorancia. Las personas le infligen dolor a otros en la búsqueda egoísta de su propia felicidad y satisfacción"
Hacernos uno con el prójimo, en
un acto compasivo, y apoyar en las circunstancias que generan dolor, vale más
que un buen discurso, o mil manos trabajando.
Acercarnos con la firme intención de atender a las necesidades del prójimo, nos encamina en la superación de las barreras que nos impiden reconocer en nosotros mismos, el espíritu de la compasión.
DAVID MOISÉS ENOC
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